miércoles, 24 de junio de 2015

Efemérides Borgeana

Pues sí, veintiocho años ya de la muerte de Jorge Luis Borges, ya saben, ese argentino anglófilo, el escritor que relataba las pendencias de gauchos como si fueran tragedias shakesperianas, el cuentista que creó un Buenos Aires mítico a partir de sus recuerdos de niñez, el creador que era capaz de mezclar épocas, hechos históricos, teorías filosóficas y hallazgos lingüísticos en relatos cortos sin bordear el ridículo pero sí la genialidad.
En fin, uno de mis escritores icónicos, por mucho que algunos lo tilden de escritor juvenil.

Y una excusa para colgar uno de sus geniales relatos, "El Inmortal":

Salomon saith. There is no new thing upon the earth. So that as Plato had and imagination, that all knowledge was but remembrance; so Salomon giveth his sentence, that all novelty is but oblivion.
FRANCIS BACON: Essays LVIII.


En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Carthapilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y de inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Ilíada halló éste manuscrito.

El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.

I

Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.


Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la Luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del Oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respndí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.

domingo, 14 de junio de 2015

DÍAS DE OCIO EN UN JARDÍN SECRETO

Sin embargo, todo eso, incluido su arrasador éxito en Broadway, estaba destinado a no ser sino una minúscula coma en las páginas de la historia, y a ser olvidado, como tantas vanidades humanas.Edward John Moreton Drax Plunket fue un aristócrata británico (irlandés en concreto) muy propio de su tiempo en todos los aspectos. Decimoctavo barón de su estirpe, aficionado a la caza, buen atleta, participó en las guerras boer en Sudáfrica, una de tantas confrontaciones que la Gran Bretaña mantuvo en el siglo XIX para mantener o ampliar su inmenso imperio colonial. Cultivó también la literatura, llegando a ser un muy exitoso autor teatral.
Pero el destino, caprichoso, quiso que sir Plunket cultivara en varios relatos un género “menor”, un género secundario. Ese género era el fantástico. Y por esos relatos, la historia resguardó del olvido a este barón, inmortalizándolo bajo el nombre de su titulo: Lord Dunsany

En multitud de relatos cortos, Dunsany recreó con extraña sensibilidad mundos extraños, lejanos, oníricos, algunos de los cuales ha sido considerado por la crítica como antecesor del género de fantasía heroica. Limitada visión, en mi opinión. Porque lo que más llama la atención y cautiva en ellos es el distanciamiento, casi la desgana, con la que delinea sus mundos imagina

rios; la exultante elegancia de sus descripciones, ajustadas, pausadas. La sensación, al leerlos, de estar escuchando el relato de un viajero que, reposando en la tranquilidad de su hogar, felizmente regresado, va desgranando para nuestro deleite las etapas de su periplo, sin prisas, sin urgencias, casi sin pasión, con pulcritud de escribano.

Pero a su vez, los mundos descritos por Dunsany son cercanos y reales. Más por lo que sugiere (y no nos cuenta) que por lo que nos relata . Las peripecias que en ellos ocurren son en algunos casos tan sólo apuntadas, aludidas de forma indirecta, como si importara menos la anécdota que la plasmación de esa otra realidad. La textura de su lenguaje es en todo momento un deleite para nuestras mentes, cansadas sin saberlo de tanto modernismo y posmodernismo supuestamente genial, supuestamente original. 
Leer los relatos de Lord Dunsany es introducirse en un jardín exótico, silencioso, cuidado por invisibles manos, en el que, mientras paseamos entre exuberantes plantas extrañas, escuchamos el lejano rumor de un manantial. Y ese rumor nos invita a que que sigamos caminando. Tal vez no para descubrir nada. Sólo por el placer de caminar en la penumbra del camino de piedras y hojas, por el placer de captar el misterio de lo sugerido, a su vez desconocido, a su vez fascinante.Toda una experiencia que nos espera, sin prisa. Como todos los libros.

Pos- post: Aquí les dejo uno de sus mejores relatos cortos:

En Donde Suben y Bajan las Mareas


Y otro más, fascinante por demás, aquí: Días de Ocio en el Yann


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